En estas líneas deseo recoger y mostrar mi agradecimiento a un grupo de personas, cacereñas todas, que con su confianza, generosidad y entusiasmo hicieron posible que mi compañero Angel y yo viviéramos unas horas intensas e inolvidables compartiendo con ellos nuestro amor por la naturaleza, y ellos, además, su compromiso con ella.
A Ivan, un joven lleno de ilusión que comienza a luchar por su sueño, a su padre Poncho, silencioso, amable, nuestro “portero” de lujo, a Francisco Javier, a quien admiré profundamente por su entusiasmo, energía y conocimientos como pocos tienen sobre aves y todo lo que tenga vida a su alrededor, y a Angel, que con su confianza y curiosidad hizó posible este encuentro de los seis.
Juntos compartimos un atardecer perdidos en un encinar, el abrazo de la noche con un impresionante cielo en el que se iban encendiendo millones de estrellas, el silencioso vuelo de un búho real marcando su enorme silueta sobre este cielo estrellado, rodeados por el sonido de los bramidos de los ciervos, el sonido el otoño cacereño.
Compartimos las carreras desorientadas de las liebres y las miradas curiosas y a veces asustadas de los ciervos.
Juntos, nos descubrió la mañana, fría, y nos despertó con los sonidos cercanos del bramido de los ciervos y el trinar de pájaros, y las siluetas recortadas de los buitres negros y leonados, y el zorro viejo, siempre alerta, cuya intensa mirada nos siguió en la distancia.
A Ivan, un joven lleno de ilusión que comienza a luchar por su sueño, a su padre Poncho, silencioso, amable, nuestro “portero” de lujo, a Francisco Javier, a quien admiré profundamente por su entusiasmo, energía y conocimientos como pocos tienen sobre aves y todo lo que tenga vida a su alrededor, y a Angel, que con su confianza y curiosidad hizó posible este encuentro de los seis.
Juntos compartimos un atardecer perdidos en un encinar, el abrazo de la noche con un impresionante cielo en el que se iban encendiendo millones de estrellas, el silencioso vuelo de un búho real marcando su enorme silueta sobre este cielo estrellado, rodeados por el sonido de los bramidos de los ciervos, el sonido el otoño cacereño.
Compartimos las carreras desorientadas de las liebres y las miradas curiosas y a veces asustadas de los ciervos.
Juntos, nos descubrió la mañana, fría, y nos despertó con los sonidos cercanos del bramido de los ciervos y el trinar de pájaros, y las siluetas recortadas de los buitres negros y leonados, y el zorro viejo, siempre alerta, cuya intensa mirada nos siguió en la distancia.
Y junto a ellos compartimos la extraña y bella visión de casi un centenar de buitres que tranquilamente tomaban el sol y que ante nuestra presencia, comenzaron a levantar el vuelo, pausadamente, ascendiendo en círculos buscando las “térmicas”.
Y luego, ya en el calor de la mañana, aunque ya solo en la compañía de Angel, estupendo Cicerone, disfrutamos de la señorial ciudad de Cáceres, majestuosa, elegante, sencilla y siempre amable.
Angel, Ivan, Pancho y Fracisco Javier, desde estas líneas mi admiración y agradecimiento por unas horas absolutamente mágicas, intensas y entrañables.
Por que la buena gente existe, e incluso, abunda, aunque permanezca algo oculta.
Y luego, ya en el calor de la mañana, aunque ya solo en la compañía de Angel, estupendo Cicerone, disfrutamos de la señorial ciudad de Cáceres, majestuosa, elegante, sencilla y siempre amable.
Angel, Ivan, Pancho y Fracisco Javier, desde estas líneas mi admiración y agradecimiento por unas horas absolutamente mágicas, intensas y entrañables.
Por que la buena gente existe, e incluso, abunda, aunque permanezca algo oculta.